¡No leas más noticias, que te deprimes!

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Los españoles huyen de la actualidad. Están cansados. El interés por las noticias ha caído del 85 al 55 % en tan solo siete años según Reuters Institute. Este dato explica este otro: el 72 % de los profesionales de la comunicación muestra preocupación por el incremento de personas que evitan noticias. La realidad que se intuía se confirma: estamos dando la espalda a los medios. ¿Qué está ocurriendo?

Por qué los españoles huyen de la actualidad informativa

Entre los motivos, el 36 % muestra desinterés porque las noticias tienen un impacto negativo en su estado de ánimo. Comprensible, llevamos una muy mala racha desde 2020. Pandemias, erupciones volcánicas, deterioro y asalto a las instituciones, guerras, recesiones, terremotos y una larga lista de indeseables acontecimientos que han creado el cóctel perfecto para que los ciudadanos huyan de la actualidad y metan sus cabezas bajo tierra como avestruces.

Queremos noticias que nos alegren el día

Los lectores reclaman, como contrapartida, un periodismo más amable e inspirador, más optimista. Cuando comencé la carrera de Periodismo, una de las preguntas que solía hacerme era por qué las noticias negativas tienen más audiencia y generan más dinero que las positivas. Esta inquietud, que sigue rondando en mi cabeza, ha motivado a algunos periodistas a lanzarse a la creación de medios optimistas con la esperanza de darle la vuelta a la tortilla. Sin embargo, salvo algunos casos como Correo sí deseado –un boletín de El País–, no han tenido el éxito esperado.

¿Tan difícil es crear un medio que nos alegre el día? Sí. Esta dificultad se debe en parte a una premisa: la actualidad informativa es inherentemente adversa y problemática. El periodismo nació con vocación de denunciar el mal, vigilar el poder, desvelar las malas intenciones y mostrar la cruda y desagradable realidad. Se rige por un principio rector: la maldad debe mostrarse para que los ciudadanos sean conscientes de las penalidades que acechan al prójimo y poder así combatirlas.

Sin embargo, esta forma de entender la profesión a menudo olvida que el mundo también es un lugar amable que día tras día ofrece historias inspiradoras y heroicas que embellecen el mundo; historias que también forman parte de la realidad y merecen ser contadas. Si la vida se reduce a una sarta de desdichas, si los periodistas enfocan su mirada únicamente a las catástrofes que nos apalean en nuestra vida cotidiana, solo conoceremos una parte del relato. Quizás la solución no esté en una dicotomía entre medios negativos y otros positivos, sino en encontrar un equilibrio que haga justicia a la realidad tal y como es y que apueste por historias que inspiren y ofrezcan al mundo algo de esperanza.

Nos hemos infoxicado

El hartazgo por la actualidad también se debe a la sobreabundancia de la información. Primero la televisión y después Internet transformaron el mundo. Antes de la revolución digital, las rotativas marcaban los tiempos, había periódicos matutinos y vespertinos, la actualidad llegaba desactualizada porque no existía el directo. Una vez abierta esta puerta, nos bendijeron con infinidad de noticias en vivo, pero nos castigaron con la saturación. Es evidente que nos hemos infoxicado. Un ejemplo claro: durante la pandemia se publicaron diariamente más de 14.000 informaciones en los medios de comunicación sobre la crisis de la Covid-19. No hay cerebro humano que procese eso.

A esta sobreabundancia se suma el alcance global de las noticias. Ya no sólo nos enteramos de las tragedias de nuestro barrio, ciudad o país. Ahora tenemos noticias de un accidente de autobús en Katmandú, de un desprendimiento de tierra en Perú o de la pérdida de biodiversidad en el mar de Tasmania. Las tragedias se multiplican en un mundo que parece que se nos queda pequeño. Por contrapartida, las buenas noticias también proliferan, pero, sin ver un motivo claro, no generan el mismo impacto en nuestra psique.

Las redes sociales exageran la actualidad informativa

Otra causa que explica este desinterés es la amplificación que producen las redes sociales, que no sólo nos bombardean con decenas de titulares, sino que dramatizan e hiperbolizan los sucesos. El auge de los populismos, el deterioro de las instituciones y la politización de los medios se deben en parte a la exageración de la realidad en un ecosistema social que rehúye del sosiego, la reflexión y la profundidad.

Lejos de buscar el rigor, los medios han rentabilizado esta situación, retroalimentando la polarización. De ahí, por ejemplo, que sobreabunde la información política de declaraciones y escasee la investigación sobre la viabilidad de políticas concretas. Vende más la acusación, el zasca del día o el ataque personal, que la reflexión sobre las políticas que se desean implementar; es decir, venden más los políticos que las propuestas políticas. Fascinante. Lógico que la gente no quiera ver noticias.

Por otro lado, algunos estudios apuntan que, desde el nacimiento de las redes y herramientas digitales, nuestra comprensión lectora se ha reducido llamativamente. No seamos ingenuos, ya no leemos noticias; ojeamos titulares mientras deslizamos el dedo por la pantalla a gran velocidad en busca de nuevos estímulos. ¿Leemos las noticias enteras?, ¿contrastamos la información en busca de otros enfoques?, ¿nos formamos en temas complejos que requieren tiempo y esfuerzo?, ¿sabemos callar cuando desconocemos un asunto? Por lo general no, y parte de la culpa es de los propios lectores que no han sabido oponerse al sensacionalismo y a la tiranía del clickbait.

Vinculada a esta última pregunta, nos han vendido la idea de que es conveniente estar informados de todo: las elecciones de Brasil, la situación de la guerra en Ucrania, la hambruna en Somalia, el terremoto de Turquía… Tenemos que saber qué ocurre en cualquier parte del mundo y a todas horas. Esta dispersión satura y es agotadora, por eso estar enganchados a la actualidad genera efecto rebote. En este sentido, conviene saber menos y asimilar la información reposadamente, en lugar de querer acapararla en su totalidad y arriesgarnos a atragantarnos. Esta ansia por enterarse de todo –que no es más que la vocación del tertuliano que habla de cualquier cosa– suele generar una falsa sensación de control. No seamos necios, leer los medios no te hace experto de nada.

¡El mundo se va a la mierda!

Por último, atendería a una razón sociológica que poco tiene que ver con el periodismo o la actualidad, sino con los propios lectores, especialmente los más jóvenes. Las nuevas generaciones se caracterizan por la desesperanza, tienen la sensación de que en cualquier momento el mundo colapsará. A pesar de los avances sociales y tecnológicos que hemos llevado a cabo, vivimos en una época que tiñe de negro el futuro y que está convencida de que todo irá a peor. Con este pesimismo instalado, es lógico que muchos hayan decidido rehuir de la actualidad. ¿Para qué informarse si voy a corroborar mi teoría de que el mundo es una mierda?

La vida nunca ha sido fácil, ni lo será. La actualidad estará siempre ahí para recordárnoslo, pero no por ello debemos caer en la desesperación. Es bueno saber las cosas malas que ocurren para poder cambiarlas; es bueno conocer el mundo para poder moverse en él. Huir de la actualidad sólo nos hará más ignorantes y evasivos con el prójimo. Por eso, si has llegado hasta aquí, quiero darte cuatro consejos para que puedas seguir leyendo noticias sin salir corriendo:

  • Reduce el número de noticias o artículos que lees al día. Apuesta por la calidad y lee al menos una historia con final feliz. Hay muchas y muy buenas.
  • No pasa nada si no te has enterado del último chisme informativo. Es bueno reconocer que no llegamos a todo y que nuestra vida está llena de limitaciones. Profundiza en aquellos temas que te resulten de interés y no trates de acaparar toda la actualidad; menos es más.
  • No estés tanto tiempo en las redes sociales. Son pura ficción. Sal ahí fuera y vive.
  • Por último, ten siempre esperanza. Al mal siempre le gusta llamar más la atención y por eso nos da la sensación de que el mundo se desmorona, pero no caigamos en su engaño. El bien, discreto y silencioso, es mucho más poderoso. Vale la pena creer en él.

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