El lunes 28 de abril España se apagó. Literalmente. Un colapso eléctrico sin precedentes dejó sin suministro a millones de personas, paralizando transportes, telecomunicaciones, servicios públicos y privados. Pero junto con la electricidad, se cayó otra red: la de la información. Tardó más en reactivarse. Y eso, en comunicación de crisis, es un error de manual.
Lo que no se dice, otros lo dirán
Seis horas tardó el presidente del Gobierno en comparecer. Demasiado tiempo para una sociedad que, incluso sin internet, sin televisión y sin cobertura, seguía buscando respuestas. Y encontrándolas, claro. En los lugares de siempre: la calle, los rumores, los bares… El vacío se llenó con teorías de ciberataques, colillas asesinas y manos negras. Es lo que ocurre cuando no hay relato oficial. La máxima es conocida: si tú no comunicas, alguien lo hará por ti.
Pero el problema no fue solo de tiempos. Fue también de forma y de fondo. Cuando Sánchez habló, lo hizo a puerta cerrada, sin admitir preguntas, sin aportar certezas, y, paradójicamente, pidiendo a la ciudadanía que confiara únicamente en las fuentes oficiales. Un llamamiento legítimo, pero ineficaz si no va acompañado de transparencia, presencia activa y capacidad de escucha.
Lo mismo que Red Eléctrica que comunicó también tarde y con limitaciones, pero, más allá del lenguaje técnico, faltó pedagogía, contexto y acompañamiento ciudadano. Y eso también es comunicar.
La resiliencia ciudadana y la lección radiofónica
Frente a ese silencio institucional, la ciudadanía reaccionó como sabe hacerlo: con civismo, humor, solidaridad y… transistores. La radio, vieja conocida de la comunicación en crisis, volvió a ser protagonista. Las pilas que llevaban años sin usarse se convirtieron en línea directa con el exterior. La gente se congregó alrededor de los coches, en las calles, en los parques. Escuchar se volvió un acto colectivo tal vez revolucionario.
En ese contexto, la radio demostró una vez más su valor. No solo como canal técnico de emergencia, sino como espacio de conexión, de calma y de humanidad. Frente a la tecnología frágil, la voz recuperó su fuerza.
La gestión de una crisis: luces y sombras
Es justo reconocer que hubo coordinación institucional y que los equipos de emergencia actuaron. Pero en términos de comunicación, la gestión dejó en evidencia varias carencias:
- Tiempos de reacción excesivos
- Ausencia de portavoces visibles y empáticos
- Lenguaje técnico sin traducción ciudadana
- Canales institucionales poco activos durante las primeras horas
- Desconexión emocional con una ciudadanía informada y exigente
En una sociedad hiperconectada, la confianza se construye no solo con datos, sino con presencia, con tono y con coherencia. No basta con comunicar: hay que saber cuándo, cómo, para quién y desde dónde se hace.
La paradoja eléctrica
Lo ocurrido en España no fue solo un fallo técnico. Fue un recordatorio brutal de la complejidad de los sistemas que sostienen nuestra vida cotidiana. Un descuido, una reacción en cadena, una inercia mal calibrada… y todo cae. Y, sin embargo, lo que asusta no es que falle, sino que no sepamos contarlo.
Porque tener luz sin información no alumbra. Y tener tecnología sin confianza no conecta.
Reflexiones finales
Este apagón, como otros antes, nos ha devuelto muchas palabras: vulnerabilidad, interdependencia, humildad… Pero hay una que debe quedar clara para quienes gestionan lo público y lo privado: comunicación. La comunicación no es un adorno. Es una herramienta estratégica. Y en una crisis, es el primer servicio que debe estar garantizado.
Volvió la electricidad. Pero seguimos esperando explicaciones.