Lenguaje inclusivo: comunicar e informar sin dejar a nadie atrás

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Mucho se ha avanzado en la última década en lo que respecta a la diversidad y la igualdad de género en el lenguaje y los medios de comunicación. El tratamiento mediático de la violencia de género es un ejemplo importante de lo que hemos cambiado como sociedad en nuestra percepción y comprensión de la desigualdad de género inherente a nuestras estructuras sociales y mentales. Este cambio se ha conseguido tras décadas de reivindicaciones feministas al respecto, pero, ¿qué pasa con nuestro lenguaje? ¿Por qué seguimos utilizando normas y reglas desfasadas para comunicarnos en contextos sociales muy diferentes? ¿Por qué levanta tantas ampollas el debate en torno al lenguaje inclusivo?

La respuesta es sencilla: el lenguaje es poderoso. El lenguaje plasma la realidad y la transforma; influye en nuestra manera de ver el mundo y también en la manera en la que nos vemos las personas reflejadas en él. El lenguaje refleja, al fin y al cabo, las desigualdades e injusticias existentes en nuestra realidad social, y es por lo tanto un instrumento fundamental que debemos saber utilizar de manera adecuada, pero también de manera crítica. Quienes trabajamos en comunicación tenemos, por lo tanto, un papel esencial en este aspecto como agentes socializadores.

Por sí solo el lenguaje no es excluyente ni machista; somos las personas quienes le damos un uso machista al utilizarlo para comunicarnos. Para ser más precisa, el lenguaje se ha construido durante miles de años desde una perspectiva excluyente y machista. La definición tradicional de la palabra “hombre” ha sido siempre la de la especie en su conjunto: hombre = especie humana = ser racional. Sin embargo, la palabra “mujer” ha significado durante siglos “la hembra del ser humano”. Se trata del famoso androcentrismo, y sucede no solo con el lenguaje verbal: cuando estudiábamos en la escuela el proceso evolutivo que llevó a la aparición del Homo Sapiens (ejem), en todas las ilustraciones en nuestros libros veíamos a un señor desnudo y peludo y, detrás de él, en fila india, una serie de señores cada vez más peludos y encorvados. Las niñas aprendimos que teníamos que vernos reflejadas en esa ilustración, de igual modo que las madres tenían que verse representadas en las APAs.

Aún hoy, el reto fundamental sigue siendo desterrar esta universalización de lo masculino, que se refleja de forma más evidente en el uso del género gramatical masculino para representar al todo. Sin embargo, este uso correcto y aceptado durante siglos en nuestro lenguaje no es casual ni mucho menos inocente. La construcción normativa del lenguaje ha reflejado históricamente la asignación de ciertos valores e ideales a “lo masculino” y “lo femenino”. Y con esa asignación de valores venía adherida una jerarquización: lo valioso y lo accesorio. Lo esencial y lo complementario. Lo universal (el hombre) y lo otro (la mujer).

Como explicaba la experta en lenguaje inclusivo Susana Guerrero en una conferencia, este masculino genérico sigue dando pie a muchas confusiones que, en demasiadas ocasiones, consigue el fin último con el que se instauró como norma: el de invisibilizar a las mujeres. La famosa discusión sobre la adecuación del uso “Consejo de Ministras” para hablar de un gobierno con más mujeres que hombres por primera vez en la historia puso de manifiesto ya en 2018 que la mujer sigue representando la alteridad: lo opuesto a lo universal, la excepción. Aunque seamos la mitad de la población mundial (un poquitín más, incluso), seguimos en pleno siglo xxi siendo “la otra parte” a lo global y lo universal: lo masculino.

Tras las muchas polémicas que han surgido en años recientes sobre el uso del lenguaje inclusivo de género lo más fácil para quienes se resisten al avance de la lengua (que evoluciona mucho más rápido que las vetustas instituciones que miran por su correcto uso) ha sido quedarse en la parodia. Para ello dan gran juego los desdoblamientos, que han protagonizado burlas y titulares bochornosos. Con demasiada frecuencia se nos olvida que el poder transformador y reivindicador del lenguaje nos exige, a veces, utilizarlo de forma “incorrecta”, con el fin de señalar desigualdades e injusticias. Pero es que el lenguaje inclusivo va mucho más allá de comenzar todas las oraciones con “las ciudadanas y los ciudadanos”, como se refleja en las múltiples guías existentes sobre el tema que se pueden consultar al final de este post. Además, hoy el concepto de lenguaje inclusivo alude al cuestionamiento de una realidad aceptada hasta hace poco de forma generalizada: que el género es una categoría social dual (masculino-femenino) y todas aquellas personas que no “encajan” en ella no existen. Las personas LGTB+ iniciaron hace décadas una batalla para reivindicar sus derechos y para denunciar la violencia y la discriminación a la que se enfrentaban a diario, en las que el lenguaje actuaba como cruel arma, que ha dado pie a visibilizar la diversidad de las identidades de género. Nuestra sociedad rica, compleja y diversa debe encontrar fórmulas para conseguir que todas las personas se vean reflejadas en un lenguaje inclusivo, respetuoso e igualitario.

No hay nada más erróneo que tratar al lenguaje como algo inmóvil e inerte. La lengua es testimonio de los cambios y avances sociales, tecnológicos y políticos: se adapta de forma ágil y flexible a los nuevos usos y costumbres de las sociedades, y también a las nuevas libertades y derechos conquistados, muchas veces de forma dolorosa. Por eso, por que muchas veces las palabras duelen, quienes trabajamos con ellas debemos tener la responsabilidad y la sensibilidad de entender su significado dentro y fuera de los diccionarios. Cambiar estructuras que llevan siglos perpetuando desigualdades sociales no es tarea fácil; tampoco lo es mantener una mente abierta y una postura crítica ante realidades que hasta hace poco han permanecido invisibles. Yo misma he tardado días en escribir y revisar este artículo que, ni es perfecto, ni pretende serlo. Pero iniciar debates, reflejar nuestras ideas y nuestras preguntas a través del lenguaje es, al menos, un paso en la buena dirección.

Algunas guías para aprender a usar el lenguaje de forma inclusiva:

Guía para un uso no sexista del lenguaje, Fundación ONCE

Guía de lenguaje inclusivo de género, Gobierno de Chile

Guía para el uso de un lenguaje inclusivo de género, ONU Mujeres

Guía orientativa para el uso igualitario del lenguaje y de la imagen, Universidad de Málaga

Guía de comunicación inclusiva, Ayuntamiento de Barcelona

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