¿Todo es cuestión de percepciones? ¿Cómo percibimos, actuamos? Hablar de este concepto en el contexto en el que estamos viviendo no sé si es un poco absurdo o, incluso, estéril. Llevo tiempo queriendo escribir estas líneas, pero se me desdibujan entre los acontecimientos, las sorpresas y la falta de tiempo para indagar más allá de mis propias percepciones. Sirva este escrito de avanzadilla de algo sobre lo que me propongo seguir profundizando. Tal vez peque de banal y simplista; incluso, de ingenua.
El motivo que me ha llevado a escribir este post surge de dos anécdotas. La primera, al escuchar, en un telediario, al portavoz de un grupo político que se felicitaba por la “elevada participación” de sus afiliados en una votación clave para el futuro del mismo. El porcentaje de participación fue del 12,3%. No puedo negar que tal afirmación me sorprendió. ¿En relación a qué consideraba elevada esta participación? ¿Cuál era la expectativa? ¿Cómo podía defender esta apreciación?
La segunda sucedió días antes, leyendo una entrada en LinkedIn de un profesional, al que conozco bastante bien, que se felicitaba por el excelente trabajo que realizaba y por ser la piedra angular de su empresa. Los que conocemos la empresa y el trabajo del susodicho sabemos que, además de ser un artista del escaqueo, es más del montón que de la excelencia. ¿Qué le lleva a alguien a hablar públicamente de sí mismo con tal rotundidad? ¿Qué ve que no vemos los demás? ¿Se trata únicamente de una campaña de auto márketing?
Ambas situaciones me llamaron la atención como pistas para escribir estas líneas, aunque no puedo negar que el día a día que estamos viviendo está lleno de ejemplos que bien nos podrían servir de ganchos. ¿Percibimos el mundo tal y como es? ¿Cómo se puede entender el mundo desde otro entendimiento que no es el nuestro?
Hablando con la filósofa Mª Ángeles Quesada, aprovechando que la hemos entrevistado para nuestro podcast El elefante verde, le preguntaba cómo era posible tal divergencia en el marco de la filosofía de la percepción y me hablaba del realismo ingenuo.
Filosofía de la percepción
Se entiende por filosofía de la percepción aquella que estudia cómo y en qué medida nuestros procesos mentales dependen de nuestro mundo interno y externo para ser percibidos. Es decir que, tal y como somos, así percibimos. No soy filósofa ni me atrevería. Pero me atrae este planteamiento en un momento en el que la sociedad está tan polarizada, en el que aseveramos los acontecimientos interpretados como verdades absolutas y, lo que es más peligroso, imponemos nuestra mirada como única e innegociable ante los demás. De ahí a la posverdad, las noticias falsas o las (puras) mentiras hay un pequeñísimo tramo.
Esto nos lleva, ¿sin que nos demos cuenta?, a reagruparnos socialmente según estas percepciones: o amigos o enemigos; o moral o inmoral; o aceptable o no aceptable; o verdad o mentira… Sin medias tintas. Rotundos en nuestros tantos por cierto, en nuestras acusaciones, en nuestros encumbramientos o en nuestras aniquilaciones. Rula por las redes sociales y por nuestros whatsapps un vídeo en el que se asegura que la mitad de la sociedad española “es peste” y anima a su aniquilación. ¿Qué mitad debe sobrevivir? Depende de quién lo mande, entiendo, ¿no?
Según Platón, los objetos que recibimos a través de los sentidos son reflejos o sombras de las Formas Ideales, inherentemente engañosas; por lo tanto, no conducen al verdadero conocimiento, que sólo se puede alcanzar mediante la razón. En el marco del psicoanálisis, Freud afirmaba que la percepción es un proceso biológico pero también psicológico y, por ello, influenciado por deseos inconscientes, experiencia previas y conflictos internos. En resumen, que percibimos según nuestras necesidades, experiencias, miedos y deseos internos, lo que nos lleva a tener una visión subjetiva y parcial de la realidad.
Borja Vilaseca asegura que la realidad es neutra y me cuesta no estar de acuerdo. Lo que es, es, y cómo nos lo tomamos es como somos.
La percepción no es solo un reflejo exacto del mundo tal y como es sino una construcción creada a través de las psicología interna de cada uno de nosotros. ¿Cómo, entonces, somos capaces de hacer aseveraciones con tanta rotundidad?
El realismo ingenuo
Desde luego que es ingenuo, por no decir pueril, considerarnos en posesión de la verdad absoluta. No hay reflexión, no hay crítica. ¿Qué nos lleva a asegurar que nuestra competencia laboral es la mejor del mundo o que un resultado cuantificable es reinterpretable? ¿Inocencia? ¿Egocentrismo? ¿Autoengaño? ¿Realismo?
El realismo ingenuo considera que nuestra percepción del mundo no está mediada ni por interpretaciones ni por representaciones mentales; que lo que vemos es lo que es, sin distorsión alguna. ¿Alguien puede pensar que esto es así al 100%? Me cuesta creerlo, pero el día a día me devuelve muestras más que evidentes. Aquí cabe el autoanálisis. Si esto es así en los demás , ¿no lo será también en mi?
No voy a profundizar en discusiones sobre el desafío que supone esta concepción en coexistencia con ciertas propiedades que sí son reales porque me parecería osado por mi parte. Pretendo, simplemente, hacer un llamamiento a la autocrítica, a la atención, a la duda… con el único objetivo de aportar una alternativa a las rotundidades: reflexión y conciencia como apunta Kahneman.
Cómo comunicas
La comunicación tiene mucho que decir aquí. Cómo nos hablamos y hablamos configuran nuestra realidad. Cómo interpretamos lo que nos sucede, lo que vemos, lo que nos cuentan a través de las palabras… y cómo respondemos a nuestro entorno y a nosotros mismos, nos sitúa en una determinada percepción. Las diferencias culturales, obviamente, afectan también. Somos lo que (nos) contamos.
Deberíamos revisar nuestros discursos, nuestros relatos. Internos y externos. Analizar periódicamente en qué basamos nuestras aseveraciones y ponerlas, aunque sea por un ratito, en duda.
Pero, ¿es esto contradictorio, y por lo tanto choca, con la seguridad, la confianza y la rotundidad? ¿Es propio de líderes conscientes o, por el contrario, de falta de liderazgo? Nuestras percepciones pueden filtrar la información que seleccionamos para compartir o retener, lo que tiene un impacto directo en la comunicación afectiva. Es la percepción la que va a ayudar a establecer el contexto en el que desarrollamos la comunicación.
Sí, me estoy metiendo en jardines que me desvían de mi propósito inicial. La percepción, además, tiene que ver con las cámaras de eco en las que nos hemos asentado convencidos de que es ese el lugar correcto desde el que analizar la realidad única y verdadera desde la que interpreto el mundo. El único. El mío.
Una vida más consciente de nuestros sesgos nos ayudaría a identificar ese modelo de pensamiento único en el que tendemos a movernos. Esa flexibilidad que cada vez más exigimos a las empresas en las que trabajamos y a nuestro entorno debería retornar a nosotros en forma de capacidad para aceptar que, tal vez, estemos equivocados; que mis afirmaciones, mis pensamientos, mis procederes, mis juicios, mis opiniones… pueden ser acertados o, por el contrario, totalmente erróneos. O ambas cosas a la vez.
Un comentario