Manzanas traigo. Sobre fake news, censura y libertad de expresión

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Quienes hemos estudiado periodismo recordaremos aquellos interminables debates sobre los límites de la noticia, el sensacionalismo, la protección de la privacidad y de la propia imagen… cuándo es lícito publicar imágenes o detalles personales de personajes de interés público, por interés informativo y sin vulnerar el derecho a la intimidad, debates en los que el derecho a la información, a la intimidad, al honor, entraban en conflicto. No recuerdo si se usaba ya el término de fake news, pero la premisa era siempre garantizar la veracidad, que al fin y al cabo es la máxima responsabilidad de periodistas y comunicadores.

La polémica sobre las fake news no es nueva ni reciente, pero en la actualidad se encuentra enmarañada por la situación de crispación y polarización política, en la que se mezclan de forma confusa distintos conceptos como la libertad de expresión, la libertad de opinión o el derecho a la información y la responsabilidad social de los medios de ofrecer información veraz y contrastada (que no objetiva, un texto o relato nunca puede ser neutral).

Estos debates han producido respuestas por parte de los poderes públicos que, con mayor o menor acierto, han intentado abordar la regulación de informaciones falsas que pueden tener consecuencias negativas sobre la seguridad o la salud de los ciudadanos. El contexto actual de extrema virulencia en el debate político y social, sobre todo durante los últimos meses, no ayuda, y los intentos de regular de alguna forma la difusión de informaciones falsas y bulos durante la crisis sanitaria han sido contestados con acusaciones de censura y con violentos ataques en las redes sociales contra medios y periodistas. Sin poder entrar en los aspectos legales y jurídicos de estas propuestas, buena parte de esta polémica queda resumida en una máxima simple pero contundente: “Comment is free, but facts are sacred”, en palabras de C. P. Scott, periodista y legendario editor del Manchester Guardian (el actual The Guardian).

La labor de los medios de comunicación como garantes del derecho a la información es más crucial que nunca, pero se desarrolla en un inmenso océano de infinitos canales, voces y fuentes que, en muchos casos, dificultan la posibilidad de verificar la veracidad de la información. Es más importante que nunca acompañar y apoyar a los medios y a sus profesionales en esta labor.

La cuestión es hasta dónde llega la responsabilidad de las redes sociales y las plataformas de contenidos que no tienen porqué regirse por los criterios de ética periodística, pero que son hoy en día el lugar al que una gran parte de la población acude para informarse de lo que ocurre en el mundo. Los compromisos por parte de las plataformas digitales de vigilar la difusión deliberada de informaciones falsas nos han llevado a ver situaciones irreales como la del enfrentamiento abierto entre Trump y su red social favorita. Y esto nos lleva de nuevo a otro debate, más complejo aún si cabe que el de la ética periodística: el de los límites de la libertad de expresión.

Recientemente se ha vuelto a hacer viral un discurso pronunciado en noviembre del año pasado por la canciller alemana Angela Merkel en el que lanzaba un potente mensaje de advertencia dirigido a los grupos de extrema derecha que experimenta desde hace algún tiempo un preocupante auge en Alemania… “Si das tu opinión, debes asumir el hecho de que te pueden llevar la contraria: expresar una opinión tiene sus consecuencias. Pero existen límites a la libertad de expresión: cuando se propaga el odio, cuando la dignidad de otra persona es violada, y debemos oponernos a ese discurso extremista” señalaba Merkel en el parlamento alemán.

¿Será la tecnología la gran salvadora?

El célebre autor de los bestseller Homo Sapiens y Homo Deus, Yuvel Harari, reflexionaba al comienzo de la pandemia sobre el mundo en el que viviremos cuando dejemos esta terrible crisis atrás. Harari apunta a que en el mundo post-Covid19 será fundamental una cooperación que solo se podrá producir de forma pacífica y democrática si se consigue reconstruir la confianza de la ciudadanía en la ciencia, en las autoridades públicas… y en los medios de comunicación.

Yo lo tengo claro: quiero que el mundo después del Coronavirus siga contando con los profesionales de la información y de la comunicación para velar por nuestro derecho a la información y al periodismo de calidad. Pero lo que es evidente es que los medios y canales por los que nos llegará esta información serán distintos, o, más bien, se multiplicarán gracias a nuevas herramientas. Desde comma hemos defendido desde hace tiempo la visión de que la tecnología Blockchain puede ayudar a “salvar” el periodismo, creando nuevos modelos sostenibles de generar información periodística y que quienes la elaboran puedan ganarse la vida con ello… Es cierto que algunas voces ya se mostraban escépticas con la viabilidad de proyectos como Civil desde sus comienzos, adelantando un cierre que tristemente confirmaba hace pocos días su CEO Matthew Iles. Pero el fracaso de un proyecto tal y como se concibió al nacer no significa que el concepto que fue su germen haya desaparecido también. De hecho, existen numerosos proyectos similares que intentan conjugar de distintas formas periodismo, contenido de calidad y tecnología blockchain.

La tecnología podría convertirse además en una gran aliada no solo para contrastar y verificar informaciones, sino también para exigir responsabilidad ante las opiniones vertidas bajo el amparo de la libertad de expresión. Volviendo a las reflexiones de pensadores y filósofos, me pregunto si el miedo a vivir en un “Gran Hermano” en el que todos nuestros movimientos y conversaciones queden vigiladas y registradas por un ejército de Alexas nos hace caer en brazos de los populismos más extremos en los que nuestras vidas son gobernadas a golpe de insultos, amenazas y mentiras disfrazadas de libertad de expresión.

La década de la cordura, arrancábamos ingenuamente este año… El 2020 no nos lo está poniendo fácil. Pero, parafraseando a James Baldwin (por favor no os perdáis el documental I am not your negro, ahora más necesario que nunca), “no puedo ser pesimista porque estoy viva”. Confío en que la combinación de personas y tecnología nos traerá más cosas buenas que malas, y en que nuestra responsabilidad colectiva nos ayudará a ver y entender por encima del ruido y la furia. Pero en los días en los que todo se ve más oscuro, la mejor solución es la más simple: apaga Twitter y sal a pasear (con mascarilla).

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