Periodismo e IA: los valores del oficio frente a las realidades artificiales

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Al periodismo lo han matado tantas veces que hemos perdido la cuenta. Cada innovación tecnológica de la producción periodística ha abocado a generaciones enteras de profesionales de la información a un proceso de selección natural. Y con frecuencia se ha corrido a proclamar que estábamos condenados a entonar nuestro canto del cisne. Pero los pilares fundamentales del oficio han permanecido inalterados, pese a la transformación de los canales. Por citar solo algunos: pensamiento crítico; informar con rigor y de forma veraz; contrastar hechos; consultar fuentes. ¿Qué nos hace pensar que – ante la revolución que plantea la Inteligencia Artificial (IA)–  no pasará lo mismo?

El periodista está muerto, viva el periodista 3.0

Si nos centramos en el nuevo paradigma comunicativo de la era Internet, la figura del emisor de mensajes en posesión de la información, que decide aquello que es veraz y, por lo tanto, tiene relevancia para la sociedad, hace tiempo que ha firmado su acta de defunción. La web 2.0 provocó una evolución de las audiencias de los modelos clásicos de comunicación y acabó con la unidireccionalidad que se le supone a los medios de masas.

Desde principios de los 2000, el receptor de los mensajes se ha transformado en un usuario con capacidad de interactuar con los emisores y con otros usuarios, lo que a su vez le convierte en emisor, redifusor y amplificador. La accesibilidad de la tecnología para crear estos mensajes es ahora universal y ha colocado una herramienta multimedia en el bolsillo de cada ciudadano. La información ha evolucionado en contenidos multimedia. El canal lo constituyen ahora un sinfín de plataformas semánticas, cada vez más descentralizadas y que emiten un flujo constante y en tiempo real de mensajes e informaciones, lo que acaba conduciendo a una saturación.

Todo lo anterior y, especialmente la web social, ha sido al periodismo lo que el meteorito que impactó sobre la tierra hace 66 millones de años a los dinosaurios. Ha erradicado el modelo previo y ha forzado a la profesión a competir en un entorno donde el usuario se ha empoderado, ha adoptado el rol de creador de contenidos y es ahora el medio, el mensaje y hasta el canal. El profesional de la información y poseedor único de la veracidad se ha extinguido para dejar paso al periodismo ciudadano o periodismo 3.0.

El curador de contenidos

Este fenómeno ha abocado a los medios tradicionales a una profunda crisis de la que no han logrado salir todavía y a actualizarse como nunca antes lo habían tenido que hacer. Pero la quintaesencia del periodista profesional frente al periodista ciudadano ha permanecido inalterada, solamente ha tenido que adaptarse a un nuevo contexto de alta exigencia.

Del 11-S a las Primaveras árabes

Mientras el escándalo Lewinsky, cúspide del infoentretenimiento, es considerado el primer gran caso informativo de la era Internet, el 11-S es reconocido por autores como Dan Gillmor, en su libro We the media, como el punto de inflexión del fenómeno de los blogueros. En ese terrible día se alzaron como los cronistas de los acontecimientos, frente al colapso de las webs y los medios clásicos, rompiendo para siempre los cánones de la ortodoxia informativa que delimitaban, hasta la fecha, los canales profesionales.

No hubo marcha atrás. Se arrebató de una vez por todas la exclusividad sobre la información y acabó la era de monopolio de los canales tradicionales. Los nuevos informadores transgredieron las reglas y mezclaron reporterismo con opinión, plantando la semilla de lo que más de una década después daría lugar al fenómeno de las fake news modernas y el periodismo se tuvo que reinventar.

Fue otro acontecimiento histórico de capital importancia el que devolvió al oficio un lugar de relevancia en la cadena de consumo de la información.

Entre 2010 y 2012 el mundo fue testigo de una serie de revueltas populares en Túnez, Egipto o Libia, conocidas como la Primavera árabe a través de blogs e informaciones de los ciudadanos, que retransmitieron los hechos en primera persona, mientras los medios de esos países ocultaban la realidad. En aquel momento, la cadena Qatarí Al-Jazeera decidió erigirse como la plataforma de todos estos contenidos populares, ejerciendo un papel de gatekeeper de la veracidad, aplicando los criterios periodísticos, ya no a la producción, sino a la selección y servicio de aquellas informaciones proporcionadas por los protagonistas de las noticias. Y alumbró el nuevo periodismo profesional de la era digital.

En la última década, las capacidades fundamentales del oficio se han convertido en una brújula para ayudar a los lectores a navegar un nuevo mundo de infoxicación constante y en el que cualquiera puede emitir informaciones sin contrastar ni verificar. El periodista ha sido capaz de recuperar su autoridad, ya no tanto como único altavoz, sino como un filtro, jerarquizador de las informaciones y curador de contenidos.

¿Hay algo nuevo en el periodismo ante las IAs?

Cuando ya pensábamos que habíamos alcanzado un nuevo status quo, el desafío que plantea la inteligencia artificial vuelve a sacudir los cimientos de la profesión. Esta nueva revolución pone en jaque a la sociedad en su conjunto y plantea un futuro casi distópico en el que las IAs producirán los contenidos, suplantando a periodistas, fotógrafos, diseñadores gráficos, ilustradores y a casi cualquier oficio reservado a la creación humana.

Lo que es aún más estremecedor es si serán capaces de alumbrar realidades alternativas y artificiales multimedia, donde la desinformación y las fake news adoptarán nuevas dimensiones, hasta el punto de que será prácticamente imposible distinguir entre aquello que es real y aquello que es un constructo de las máquinas.

Gatekeepers de la veracidad

Los periodistas llegamos a esta situación sin haber aún dejado atrás dos décadas de cambios idiosincrásicos, que hemos tratado de resumir en este texto, pero con la lección anterior bien aprendida. Y frente a las nuevas realidades artificiales, se hará aún más fuerte nuestra figura de curador de contenidos, de verificadores fundamentales y de “selección” de las informaciones y las realidades, “basándonos en criterios periodísticos y usando honestidad profesional”, reivindica Miquel Pellicer, director de Comunicación Digital de la UOC, en el podcast El elefante verde de comma.

Como tan bien expresa Pellicer, no nos estamos inventando nada. Llevamos años en la encrucijada y los periodistas hemos aprendido a convivir con aquel periodismo ciudadano del que hablábamos rememorando la Primavera árabe, con las redes sociales, los creadores de contenido, youtubers, tiktokers y streamers. Hemos visto nacer y morir herramientas de difusión de contenidos periodísticos (¿alguien se acuerda del fenómeno fuente web –los feeds de RSS-, que quedaron sustituidos por Twitter y otras redes sociales en gran medida?).

Hemos abandonado nuestros púlpitos de comunicadores unidireccionales y hemos aprendido a interlocutar con las audiencias e incorporar su capacidad de producir contenido; hemos sido flexibles; hemos renovado la profesión, incorporando nuevas habilidades y capacidades, que nos han convertido en casi hombres y mujeres orquesta. Escribimos, maquetamos, buscamos y retocamos imágenes, aplicamos código html, producimos copys, difundimos noticias en RRSS (y un sinfín de funciones que vamos absorbiendo para que la tecnología no nos pase por encima). Y el que no ha aprendido, se ha quedado en el camino.

La evolución definitiva del oficio

En todo este proceso, se han puesto de manifiesto dos puntos débiles:

  1. El primero y más palmario es cómo los programas académicos de las universidades nacionales se han visto arrollados por la evolución de la profesión, y han dado respuestas para la formación de los nuevos periodistas tarde y mal. Incluso hoy día, cuando estamos ya adentrándonos en la Web 3.0 -que no Web3, ojo-, donde la IA está demostrando que jugará un papel capital en la web semántica y datificada, los jóvenes periodistas llegan al mundo laboral con conocimientos de Web 2.0 casi sonrojantes, por lo que acaba ocurriendo que el oficio lo forjan en las redacciones donde comienzan como estudiantes en prácticas -algo que ha ocurrido toda la vida, por otra parte-. Cabe esperar que pase lo mismo ante el nuevo reto que la IA plantea ante la profesión.
  2. El segundo es la incapacidad de las grandes corporaciones mediáticas de reaccionar rápidamente ante la innovación y la resistencia de cada uno de nosotros, los profesionales de la comunicación a adoptarla. Pese a todo lo aquí narrado, seguimos atrincherados en nuestro oficio de ser los únicos aptos para informar y nos resistimos a abandonar aquellos púlpitos que ya no tenemos y que ahora ocupan streamers, tiktokers o influencers. Pero es que nuestra misión en este nuevo mundo que nos plantean las inteligencias artificiales es ser los primeros en aprender a usar estas herramientas para amplificar las funciones de verificación, curación de contenidos y pensamiento crítico de los periodistas.

Tenemos el cometido de entrenar esas inteligencias artificiales para que respeten los derechos fundamentales de los ciudadanos, no muestren sesgos hacia las minorías -siendo inclusivas- y no contribuyan a aumentar las desigualdades sociales. No manipulen. No desinformen. No construyan historias falsas.

En definitiva, debemos renovarnos de una vez por todas, abandonar toda resistencia al hecho de que una historia, hoy día, la puede contar cualquiera mucho mejor que nosotros, hasta una máquina, y encabezar una contrarrevolución: la de las Inteligencias Artificiales éticas. La de los profesionales de la información como guardianes de la veracidad.

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