Tengo el compromiso de hacer una actualización de nuestra realidad sectorial cada cierto tiempo. Con la llegada inminente del nuevo curso es obligado parar y pensar; recapacitar, analizar, divagar… El verano es buen momento para ello, aunque siempre me quedo con la sensación de que podía haber hecho más. Al final, la canícula – este verano con especial inquina- decide por ti y te aplatana. Démoslo por bueno también.
Sacudida la modorra vacacional, creo que me asaltan más preguntas que certezas. Tengo mil respuestas y, al mismo tiempo, ninguna. Pongo en duda mi propio pensamiento. Propongo un trabajo colaborativo para definir estas respuestas y perfilar -con mayor o menor esfuerzo- un escenario de actuación unificado. Nos encantará escucharlas.
¿Crisis supone que viene el tío Paco con las rebajas?
Uy, uy, uy… inflación, crisis económica, guerra… El panorama no parece nada halagüeño y los más pesimistas empiezan a ser mayoría. Para los que ya tenemos unos años a las espaldas, nos pilla ciertamente entrenados, lo que no quiere decir que salgamos ilesos. Ser pesimista es una cosa, pero otra muy distinta es entrar en pánico. No lo permitamos, por favor.
Sin duda, esta situación – más dimensionada o menos- va a ser aprovechada por clientes, marcas, potenciales… para apretar más aún, si cabe, las clavijas. Nuestro trabajo, funciones y capacidades son exactamente las mismas; los logros, también. No sucumbamos al poder del miedo y no aceptemos aquellas premisas con la palabra ‘rebajas’ – en el contexto del “ya que…”- porque lo que estaremos creando es una percepción de nuestra función mucho más pobre, más innecesaria, y lo que es peor, de muy corto plazo.
Pongámonos en valor ahora más que nunca. En crisis, la comunicación se hace, no sólo imprescindible, sino básicamente fundamental. Es cordura, es sensatez, es obligación. No entremos en pánico cuando el vecino decida hacerse el harakiri vendiendo oro a precio de latón. Todo eso habla también de él. No será tan dorado su tesoro.
¿Cómo andamos de talento?
No extrañará que hablemos del juego de fichas al que estamos asistiendo sin rubor. Como si de un Tetris se tratara – pongo pieza, quito pieza- y con un desparpajo sospechoso que deja entrever que todo vale. La fidelización, el compromiso, el engagement… parece haber perdido su importancia, y personalmente pienso que nos estamos dando un tiro en el pie. Ofertas a equipos completos (un dos por uno; te quito talento, te quito negocio); promesas de sueños inimaginables que se demuestran falacia; apertura a nuevos sectores sin experiencia ni sentido común…
Pero no nos confundamos. El efecto ‘Gran dimisión’ lo tenemos también aquí. No seamos inocentes. La fuerza laboral del futuro tiene otros valores, otros principios, otras necesidades. Si la gente se va, es que algo estamos haciendo mal. Los milennials están redefiniendo la economía y debemos tenerlo en cuenta, nos guste o no. Mentes con corazón que trabajan por lo que realmente consideran importante como apuntaba recientemente Gabriel Campillo.
Me temo que el baile va a seguir. Pensar que, si lo dejamos escapar, es que no convenía (aunque nadie sea imprescindible) choca con el fracaso que supone perder a los buenos.
¿Existe una comunicación consciente?
Enlazando con la pregunta anterior, nos surge una nueva: ¿qué tipo de responsabilidad tenemos sobre la comunicación que hacemos? En un mundo infoxicado, cada vez más ‘emburbujeado’, con superávit de contenidos mayoritariamente fatuos, embadurnados de etiquetas de moda como sostenibilidad, propósito, compromiso, ética… existe una enorme responsabilidad sobre lo que comunicamos y cómo lo hacemos. Pasó ya el tiempo de evadir nuestro papel y, con valentía, toca ponerlo en el lugar que le corresponde. Tenemos un ejemplo muy reciente al respecto con el show montado en torno al evento Mundo Crypto en el que abrimos el debate sobre si, en comunicación, todo es lícito.
La economía de impacto, el business concious, la comunicación consciente, los ESGs, el liderazgo rebelde… Vivimos un momento transgresor en el que la sociedad del futuro debería ser aquella sociedad de la admiración mutua en la que lo importante no es tanto ser como participar, compartir, cocrear… “En la admiración, el deslumbramiento ha de ser lucidez para ver con claridad las virtudes y extraer los aprendizajes que el otro generosamente nos proporciona. No se trata de lucir, sino de iluminar con nuestras ideas, conductas y logros. Explorar caminos para recorrerlos juntos”. ¡Me gusta! La misma madre tierra ya lo hace como bien apuntó James Lovelock y Lynn Margulis, en su teoría de Gaia, al afirmar que esta “modifica su composición interna para asegurar su supervivencia”.
Tiempos de cambios, compañeras, compañeros. ¿Estamos preparados? ¿Queremos estarlo? ¿Debemos?
Nada de lo que sucede es en balde. Prepara tus cuadernos/dispositivos, tus libros/lecturas, tus emociones, tu círculo… El curso acaba de comenzar y tenemos muchas preguntas por responder. Que la fuerza, la imaginación, la consciencia… nos acompañe en el nuevo curso.