Las campañas electorales se hacen en las redes

Un millón para el mejor

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El pasado mes de marzo, asistimos a la presentación en Garrigues del Protocolo ante una crisis de fake news. En este evento, escuchamos a Antonio Ramos, CTO de Mollitiam Cyberintelligence y cofundador de Mundo Hacker, experto en ciberinteligencia y campañas de influencia en la red, quien subrayaba la importancia de anticiparnos para evitar la tormenta perfecta. Nos interesaba conocer más sobre las herramientas que permiten anticipar esas crisis: las plataformas de inteligencia en redes sociales, que pueden ser transversales (recogen información de diversas redes sociales y temas) o verticales (para una única red social, un único tema, etc.). Dadas las fechas, nos interesaba especialmente su papel en las campañas electorales.

Ya avanzamos que estas plataformas no permiten entrar en las redes sociales cerradas como Whatsapp o Telegram, pero en la medida que se recogen tendencias sí pueden estar mostrando la punta del iceberg de lo que se habla en privado. Y por lo tanto, pueden estar indicando que un bulo empieza a circular o incluso que hay un ambiente propicio a que ese bulo circule en breve. Anticiparse es estratégico.

Inteligencia y contrainteligencia

Este tipo de anticipación forma parte de lo que se denomina “inteligencia corporativa” y, para Ramos, “nos permite anticipar tendencias o eclosiones, detectar a los agentes más activos, los que llevan la voz cantante, y arrojar luz sobre esa masa que puede ser de cientos de miles de individuos”, todo ello en poco tiempo: “Puedes inspeccionar un segmento en cinco horas y tener una visión clara como analista, algo que sería inviable con métodos tradicionales: no puedes poner a 2.000 personas a analizar mensajes y perfiles para detectar tendencias”, añade.

Con un vocabulario que se nos hace más próximo al espionaje que al periodismo o la comunicación, estas plataformas facilitan acciones de inteligencia (comunicación efectiva positiva, transmisión de mensajes positivos elaborados para audiencias concretas) y también de contrainteligencia (detección y combate de noticias falsas). “La comunicación de cualquier tipo ayuda a generar inteligencia y quien quiera puede utilizarla para modificar el comportamiento de masas, para el bien o para el mal”, explica Ramos. Esto se hacía de siempre mediante métodos que ahora nos parecen artesanales, como los mensajes en medios de comunicación convencionales o el uso de panfletos, carteles en soportes físicos, etc. “Ahora hemos aprendido a hacerlo de una forma más efectiva, con más inmediatez y mayor alcance”.

Campañas electorales

En los partidos políticos, existe la pregunta sobre cómo utilizar este tipo de plataformas, pero no la respuesta. “Quieren saber, porque las redes son un porcentaje del apoyo mediático, no sólo para un proceso electoral”, afirma, “pero los partidos no saben dónde encontrar la respuesta, dónde encontrar fuentes con las que tratar la información de valor, y a veces creen que esto lo puede hacer un community manager, cualquier afiliado a las juventudes del partido, cuando no tiene nada que ver”.

Este experto menciona Mercurio y Overmind entre otras herramientas profesionales para el caso, capaces de crear campañas más ajustadas a lo que demandan los electores de cada territorio, teniendo en cuenta qué critican y qué información de calidad puedes hacerles llegar. Esto permite enfocar los recursos y el discurso político, además de detectar noticias falsas o bulos y evitar que te sorprendan sin haberlos detectado a tiempo para combatirlos.

“Antes de que tenga lugar un evento de estas características (la eclosión de un fake, por ejemplo) no puedes hacer nada, pero cuando tienes una visión del contexto, sí puedes adelantarte en el diseño de una estrategia para combatir, por ejemplo, una afirmación sacada de contexto: se puede preparar un protocolo de mitigación o de contextualización”, avanza este experto.

Cuatro meses de trabajo como mínimo

Trabajar en esta dirección supone recursos, dinero y tiempo. Según sus estimaciones, un trabajo de estas características para una campaña electoral precisaría, al menos, de un trabajo previo de unos cuatro meses, y presupuesto a partir de un millón de euros. Por poner la cifra en contexto: en esta noticia, vemos que el PSOE piensa gastar nueve millones de euros en las elecciones generales del 28A, más otros cinco millones en buzonear propaganda electoral. A la vista de estas cifras, quizá un millón por llegar a los electores de forma eficaz no sea demasiado.

¿Es legítimo usar estas técnicas en un proceso democrático como son las elecciones? Para Ramos, quien afirma contar con clientes de fuera de España para este tipo de campañas, esta es una herramienta más de publicidad como otra cualquiera, y “en otros países sí se trabaja con ella en el ámbito político”. A su juicio, aquí existe todavía “un gap generacional entre nuestros dirigentes y el mundo tecnológico: aunque los candidatos son más jóvenes que antaño, la edad promedio de nuestros políticos es relativamente avanzada y la manera de hacer propaganda no ha cambiado desde los años 90, es todo muy vieja escuela: autocares llenando una plaza de toros, carteles pegados en las calles, etc. Y no queremos ver que puede ser más poderoso usar otros métodos para llegar de forma inteligente y limpia al elector”. Uno de los ejemplos más notorios es Barack Obama, que nos parecerá modernísimo pero que ganó las elecciones ¡hace más de diez años! En términos digitales, una eternidad.

Aversión al riesgo

Parte del problema es que resulta mucho más difícil modificar costumbres arraigadas, aunque den malos resultados o resultados mediocres, pero seguir haciendo lo de toda la vida, aunque tenga resultados más que dudosos. Cuadros dirigentes de cierta edad son poco propensos “a meterse ahora en un sarao que no controlan o les cuesta comprender: aunque les hayan dicho que esta tecnología funciona, prefieren métodos tradicionales, es más cómodo decir que ahora no es oportuno”, explica Ramos.

A su juicio, estamos ya en el momento en que “el primero que use bien estas plataformas, gana: toda manera nueva de hacer las cosas supone para el primero que las emplea una ventaja competitiva”.

Cuando falta menos de un mes para las elecciones, ya no hay tiempo de implementar desde cero con garantías de éxito una campaña de estas características, ya que serían necesarios trabajos durante al menos cuatro meses (orquestando nodos, dispositivos, mensajes, etc.) antes de la campaña electoral tradicional. Pero si hubiera una repetición de las elecciones, tendría sentido. “Tener a cien muchachos de las juventudes en las redes sociales no sirve de nada y además, un mensaje mal comunicado por muy buena voluntad que tenga se te puede volver en contra”, asevera este experto.

Lo legal y lo legítimo

Y ahora surge la pregunta: ¿hasta qué punto son legales, es más, son legítimas estas campañas que buscan modificar el comportamiento de la gente mediante técnicas de neuromarketing, inteligencia y contrainteligencia, y el uso de plataformas para segmentar y escuchar a distintos públicos?

“La comunicación de cualquier tipo es inteligencia y sirve para modificar el comportamiento de las personas de forma masiva”, insiste, “hemos aprendido a hacerlo con más efectividad, inmediatez y alcance de lo que tenían los panfletos o los carteles, y tenemos la oportunidad de manejarlo de forma positiva, transparente y limpia”. Sobre todo, antes de que otros menos positivos, transparentes y limpios decidan interferir en los procesos electorales como ya sabemos que se hace.

Lo que está claro es que las campañas electorales necesitan urgentemente revisar su regulación, pensada en un siglo distinto, en un paradigma analógico en el que los minutos en televisión eran decisivos, y en un momento en que nadie imaginaba que se seguirían publicando encuestas en Twitter fuera del plazo permitido para su difusión, acudiendo para ello al supuesto precio del agua, las berenjenas, las naranjas, los tomates y el brócoli.

 

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