Como dicen de las meigas en Galicia, las mujeres expertas y directivas en grandes compañías existen. Apenas las vemos, pero existen. La cuestión es: ¿por qué no las vemos? ¿Por qué aparecen muy pocas veces como ponentes en jornadas y mesas redondas, o como expertas en los medios?
En primer lugar, porque hay menos directivas, por ejemplo. Las cifras varían entre las distintas fuentes, pero los más optimistas afirman que, en España, sólo un 37% de los directivos son mujeres. En las empresas del IBEX, sólo un 20,3%. Y ello a pesar de que son más en la universidad y tienen mejor rendimiento que los alumnos varones.
Si buscamos mujeres expertas en distintas disciplinas, veremos que la Universidad es precisamente uno de los lugares más desiguales: con más alumnas que alumnos que obtienen título universitario, y una paridad total entre doctores y doctoras, el 79% de los altos cargos y catedráticos son hombres, y entre los rectores, sólo un 7% son mujeres.
Según el Informe Global Media Monitoring Project, las mujeres solo representan el 28% de los personas que aparecen en las noticias y el 9% de las fuentes expertas que utilizamos para dar sentido a las informaciones. Esto en la realidad, pero en la ficción la cosa no está mucho mejor: las mujeres tienen menos de la mitad de los diálogos en las películas y los papeles para ellas son, en número, menos de la mitad de los papeles masculinos. Y además, suelen hacer de víctimas u objeto sexual, o las dos cosas. No es de extrañar que se haya hecho viral el discurso de Reese Whitherspoon en el que reivindica los papeles femeninos (que lo están petando en series como Big Little Lies, Girls o Handmaid’s Tale, entre otras) y la representación equitativa en los órganos representativos y de poder.
Esta infrarrepresentación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida excepto el doméstico tiene muchas causas, pero sobre todo, consecuencias. Si no cambiamos la situación estructural en que viven las mujeres, expertas o no, directivas o no, seguiremos teniendo problemas para encontrar expertas que puedan dedicarnos algo de su estrecho tiempo libre para atender a la prensa o hablar en congresos y jornadas, y eso afecta directamente a cómo vemos a las mujeres.
Hace pocas semanas, los organizadores del II Congreso del Columnismo de León, en cuyo cartel anunciador sólo salían «columnistos», se encontraron con una respuesta en redes bajo el hashtag #HayMujeresColumnistas, que reivindicó la presencia de mujeres en este tipo de eventos. La respuesta de los organizadores fue que habían invitado a numerosas mujeres pero que no quisieron ir. Y al menos les debemos el beneficio de la duda: cuando me ha tocado organizar eventos, mesas redondas o publicaciones como Perspectivas wellcomm, he tenido que hacer un denodado esfuerzo por lograr una lista de participantes más o menos paritaria. Convencer a un hombre para hablar me cuesta la mitad que convencer a una mujer.
Tres problemas
Llevo años buscando motivos para esto y ¡son tantos! La cultura patriarcal, en la que el valor por defecto es el varón, es el gran motivo. Pero voy a centrarme en tres aspectos de esta cultura que afectan a la presencia de la mujer en los medios y en los eventos profesionales, y contra los que creo que los y las profesionales de la comunicación y el periodismo podemos hacer mucho.
El primer motivo es que una mujer que «sale», que habla como especialista, portavoz o directiva, es sometida a un juicio mucho más severo que cualquier hombre y además, ese juicio suele afectar a aspectos personales (si está gorda o flaca, si es guapa o fea, si va vestida así o asá). Un ejemplo paradigmático de este tema es cualquier aparición pública de la reina Letizia, pero sin ir tan lejos, el problema de los titulares y comentarios machistas afectan a mujeres tan dispares como Cristina Pedroche o Garbiñe Muguruza, que tienen que soportar juicios continuos sobre su físico. Así es lógico que muchas mujeres prefieran seguir trabajando en sus despachos o sus laboratorios, antes que salir a hablar y exponerse.
Otro problema que enfrentan las mujeres a la hora de hablar sobre su área de conocimiento es el «síndrome del impostor«. Es un problema no exclusivamente de las mujeres pero que es mucho más frecuente entre las mujeres, especialmente aquellas que han alcanzado el éxito profesional. Recientemente me contaban el caso de una directiva que no entendía el interés de un medio por entrevistarla. Se mostraba sorprendida porque, decía, ella no había hecho nada extraordinario, sólo trabajar mucho: nada noticioso. Me pregunto si en lo más hondo de su actitud reacia a ser entrevistada no estaría también cierta forma de verse a sí misma fuera de lugar por haber llegado tan alto, tan lejos.
El tercer y último motivo es que las mujeres tienen menos tiempo que los hombres para «figurar». Es sabido que, además de cobrar menos que sus compañeros varones, ellas tienen que trabajar más para lograr lo mismo. Así, las mujeres de cualquier ámbito profesional (columnistas, médicas, abogadas, taxistas, directivas, científicas, políticas, sindicalistas) posiblemente tengan menos tiempo libre para salir a hablar con los medios o para aparecer en jornadas, eventos, congresos y mesas redondas organizadas muchas veces fuera del horario laboral. Porque además, estas directivas y expertas son mujeres que terminan de trabajar y en casa les espera, con mucha probabilidad, una segunda jornada.
¿Qué podemos hacer periodistas y comunicadores para compensar esto?
Para empezar, evitemos juicios sexistas en nuestros titulares. Es más sencillo decirlo que hacerlo porque ya conocemos la dinámica de clickbait en la que gran parte de la prensa online lucha a diario por rascar unos cuantos clicks más que la competencia. Pero quizá sería mejor poner más vídeos de gatitos.
Frente al síndrome del impostor, además de una cultura que no haga sentir a las niñas inferiores a los niños ya desde los 6 años, podríamos hacer un esfuerzo entre todos: los medios podrían buscar expertas en las agendas disponibles, y las agencias y compañías deberían poner más interés en potenciar los perfiles femeninos a la hora de hacer declaraciones u ofrecer entrevistas. Es posible que sea necesario además formar y acompañar a estas mujeres para que pierdan la inseguridad que debe de provocar tener un millón de ojos juzgándote cuando en el fondo crees que no deberías estar allí. Con el dineral que gastan muchas compañías en programas de coaching para sus directivos, tal vez dar a este gasto un enfoque de género no estaría de más.
Y por último, confesamos que contra la falta de tiempo de las mujeres, no tenemos soluciones. No mientras los cuidados sigan recayendo sobre ellas más que sobre ellos. No mientras tengan que demostrar diez veces lo que por ser hombre se supone a sus compañeros. No mientras las «happy hours» con los jefes sea donde se prospera y se promociona. Mientras sigamos viendo normal que el valor por defecto sea el hombre en todas partes, salvo en la casa, donde ese valor es siempre mujer hasta en los algoritmos, lo siento mucho pero no tenemos solución.
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