malas noticias

Dieta de noticias para evitar sucumbir a las malas noticias

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Este post parte de una experiencia personal. Tengo una amiga musulmana que, ante las noticias terribles y continuas sobre la masacre en Gaza, me expresó con lágrimas en los ojos que no podía más. Estaba genuinamente afectada y angustiada por lo que sucedía, aunque no podía hacer nada y esa impotencia estaba minando su estado de ánimo. Sufría el impacto de imágenes terribles, unas reales y otras manipuladas, de la tragedia humana e insoportable que tenía lugar a pocas horas de vuelo desde Madrid.

Creo que todos hemos sufrido el impacto de esas imágenes. Todos hemos apartado la vista del móvil en algún momento, y todos hemos querido no pensar en esas vidas destrozadas por la guerra. Hablé con mi amiga y le expliqué cómo funcionan las redes, cómo hay que afrontar estas noticias y cómo debemos protegernos de realidades que individualmente no podemos impedir pero que nos impactan de la misma forma que si las viviéramos (o casi) sobre el terreno.  Es la empatía, es el amor al prójimo, lo que nos hace más vulnerables a la maldad y al sufrimiento de otros.

En un mundo donde la información fluye constantemente, las noticias negativas, particularmente aquellas relacionadas con la guerra, se han convertido en un elemento omnipresente en nuestras vidas. Este constante torrente de informes desgarradores y conflictos internacionales no solo informa, sino que también moldea nuestras percepciones y, en última instancia, nuestro estado de ánimo.

Cuando nos sumergimos en la cobertura de la guerra, no solo estamos procesando datos, sino también absorbiendo una carga emocional significativa, y además lo hacemos muchas veces a solas frente a nuestro teléfono móvil, sin el abrigo de una conversación familiar que antes podía relativizar las cosas que veíamos en la televisión. Pasa un poco igual que con la pandemia: el bombardeo de mensajes, fakes, informes, ruedas de prensa, investigaciones que se publicaban sin pasar el filtro peer-to-peer… acabó con nuestros nervios y con nuestra capacidad de concentración. Aún nos estamos recuperando.

La crudeza de la violencia, la pérdida de vidas y la destrucción de viviendas y hospitales, la incertidumbre que rodea a los eventos bélicos puede alimentar la ansiedad, mientras que la exposición constante a narrativas desgarradoras puede sumirnos en un estado de desesperanza.

Somos víctimas, pero hay víctimas más víctimas que nosotros

Carmen Linares Albertos es decana del Colegio de Psicología de Santa Cruz de Tenerife, y hablé con ella sobre esto, pero me recordó que las verdaderas víctimas son las que están sufriendo la guerra, en Gaza, en Ucrania, o en lugares menos visibles en los medios y redes sociales: “Las guerras tienen efectos psicológicos devastadores para la población que las sufre. Vamos a encontrar varios tipos de reacciones. Entre la población que experimenta de forma muy cercana la guerra, puede llegar a desarrollar un trastorno de estrés postraumático. Las personas que sufren la pérdida de familiares y seres queridos o mascotas, hogares, etc., y entran en una fase de duelo”.

La incertidumbre de lo que va a acontecer, y el miedo y la violencia a la que se ven sometidos, hace que puedan desarrollar un nivel alto de ansiedad y estrés: “El hecho de que muchas personas tengan que abandonar sus hogares provoca también una sensación de desarraigo y no pertenencia que también hay que trabajar”, explica Linares. Una situación límite que, según Linares, “provoca sintomatología física y psicológica, como alteraciones de sueño, de la alimentación, la personalidad… y requieren un apoyo tanto social como psicológico”.

Los daños van a depender “del tipo de guerra y de su duración e intensidad, como de las personas que se enfrentan a ella”, porque, como bien conoce Linares, “hay personas con niveles brutales de resiliencia y otras que no tienen herramientas y para las que será más difícil afrontar la situación”.

El daño mecánico de la guerra

Su frase sobre los impactos a nivel físico me llevó a hablar con el profesor asociado de la Universidad Carlos III, Daniel García, quien me instruyó en lo que fue el principal tema de su tesis doctoral: cómo impacta la guerra en el cerebro, no a nivel psicológico sino mecánico, y cómo eso luego sí tiene repercusiones psicológicas a nivel comportamental y de afrontamiento.

Daniel empezó a investigar sobre materiales, pero durante su investigación aplicó la misma metodología de materiales sobre material biológico como el cerebro de un mamífero de laboratorio. Su objetivo era determinar cómo la deformación de esos materiales influye a nivel cognitivo. “Tu cuerpo es como un cableado”, explica, “si lo deformas, te lo puedes estar cargando y funciona peor”.

El cerebro expuesto a impactos físicos, mecánicos, se deteriora más y más rápido. El Día Después ha viralizado este vídeo sobre el ex capitán del Atlético de Madrid, Enrique Collar, que recuerda esta realidad: marcar goles de cabeza tiene consecuencias. Daniel García empezó a pasar de la parte computacional a la experimental, sometiendo a ratones de laboratorio a explosiones (no mortales, digamos a la onda expansiva) para luego estudiar los daños en el cerebro.

Descubrieron que había daños cognitivos por la presión mecánica sobre las neuronas. El animal sometido al experimento mostraba estrés severo ante una luz intermitente. “Un animal de laboratorio que no había sufrido daños mecánicos en el cerebro, al estar con otros de su especie sin ese estrés, se calmaba; en cambio, aquellos animales sometidos a daños mecánicos perdían esa cualidad de contagio social de forma que no eran capaces de relajarse en contacto con sus semejantes más tranquilos”.

Así comprobamos cómo la guerra causa estrés psicológico, pero también mecánico, o, en palabras de este investigador, “provoca desórdenes emocionales asociados a la deformación mecánica”, concretamente, de las neuronas.

“Hace tiempo que se conoce esta parte mecánica (como se ve en la película “La verdad duele”, que puedes ver en Netflix); se sabe que existe”, enfatiza. “El estrés puede dañar ciertos componentes y conexiones; no es sólo química: es también mecánica”. No voy a entrar en la maravillosa descripción de cómo las neuronas, al deformarlas mecánicamente, modifican su comportamiento. Es tan fascinante como complejo de entender para quienes no somos especialistas en neurocirugía.

Y, los niños no quedan al margen: a los niños no se les zarandea. Ni emocional ni físicamente. Los niños son menos capaces de defenderse. Los daños pueden ser severos y no mostrarse hasta que ya es demasiado tarde.

La exposición prolongada a noticias negativas puede contribuir al desarrollo de condiciones como la ansiedad y la depresión. La sensación de impotencia ante la aparente falta de soluciones a problemas globales puede generar un sentimiento de desesperanza, afectando nuestra percepción del mundo y nuestro lugar en él.

Equilibrando la ingesta informativa

En este contexto, es esencial considerar la calidad y cantidad de nuestra ingesta informativa. La sobreexposición a noticias negativas puede generar una visión distorsionada de la realidad, enfocándonos únicamente en los aspectos más oscuros de la sociedad. Establecer límites saludables y seleccionar fuentes de noticias equilibradas puede ayudarnos a mantener una perspectiva más realista y positiva.

La importancia de la diversificación de nuestras fuentes de noticias no puede subestimarse. Consumir información de diversas fuentes, tanto a nivel nacional como internacional, nos permite obtener una visión más completa y contextualizada de los eventos. Esta variedad puede ayudar a contrarrestar la sensación de fatalismo que a menudo acompaña a la cobertura de la guerra.

Además de regular nuestra dieta informativa, es crucial encontrar formas de canalizar nuestras emociones y contribuir positivamente en medio de la adversidad. La participación en organizaciones benéficas, en manifestaciones, la difusión de conciencia y el apoyo a iniciativas de paz son pasos concretos que pueden marcar la diferencia.

Contribuir a causas benéficas no sólo proporciona ayuda directa a aquellos afectados por la guerra, sino que también puede ofrecer una sensación de propósito y significado. La difusión de conciencia a través de plataformas sociales y conversaciones en la vida cotidiana puede amplificar la atención sobre cuestiones importantes, generando un impacto a largo plazo.

La resiliencia humana en medio de la adversidad

A pesar de la carga emocional que conlleva la cobertura de la guerra, es fundamental recordar la resiliencia inherente de la humanidad. A lo largo de la historia, hemos superado desafíos aparentemente insuperables, demostrando una y otra vez nuestra capacidad para la compasión y la colaboración.

Celebrar historias de esperanza y solidaridad puede contrarrestar la narrativa dominante de la desesperanza. No olvidemos que quien quiere diseminar sentimientos negativos trata de vendernos el remedio: si siembran inseguridad, nos venderán medidas de seguridad. Así funciona el mercado, y nuestra obligación es desconfiar de quien gana dinero con nuestro malestar. Destacar los esfuerzos de quienes trabajan incansablemente para brindar ayuda y construir la paz puede inspirarnos y recordarnos que, incluso en tiempos oscuros, hay luz. Hay luz más allá de las pantallas de nuestros móviles.

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