Es curioso cómo algunos términos especializados se cuelan en nuestro día a día hasta convertirse en cotidianos. La expresión fake news es un perfecto ejemplo. Propia de los círculos periodísticos y políticos se discute ahora de ella mientras tomamos unas cañas, en las comidas familiares del domingo, en cualquier programa de la tele y hasta en el Congreso. “¿Eso? Seguro que era una fake news”, decimos cuando algo nos suena a bulo. De hecho, es uno de los temas que más nos preocupa últimamente. La desinformación supone un problema para el 82% de los españoles, según el último Eurobarómetro publicado por la Unión Europea (UE), que se llevó a cabo a principios de este año en los 27 países miembros.
El dato no tiene nada de extraño. Sobre todo, si pensamos en los últimos dos años. De acuerdo con un estudio de la Universidad Ramón Llull, solo durante el confinamiento a 7 de cada 10 ciudadanos le llegó un contenido falso a través de WhatsApp o alguna red social. Tanto fue así que la mismísima OMS, al detectar el aluvión de fake news, alertó sobre otra pandemia paralela a la Covid-19: la infodemia. La reciente invasión de Ucrania ha vuelto a demostrar que las noticias falsas -en este caso, sobre todo en forma de vídeo- corren como la pólvora.
Despite its litany of lies, denials, and disinformation, the Kremlin’s intentions are clear for the world to see
Stop the lies, stop the war pic.twitter.com/rWZydFhUte
— NATO (@NATO) March 21, 2022
El origen de las fake news: bulos con solera
Sin embargo, esto de la desinformación no es nada nuevo. Los bulos nos llevan persiguiendo siglos. Existen incontables ejemplos. El libro Fake news de la antigua Roma. Engaños, propaganda y mentiras de hace 2.000 años, del arqueólogo Néstor F.Marqués (Ed. Espasa) es un filón para encontrarlas.
- ¿Te suena que Nerón fue el culpable del gran incendio de Roma del año 64? Es falso. Como gran parte de lo que iba contando Octavio Augusto sobre Marco Antonio, quien probablemente no era tan mal soldado, ni bebedor, ni mujeriego.
- ¿Sabías que la famosa gripe española de inicios del siglo XX no se originó en nuestro país?
- Tampoco era nada fiable la información que los magnates de la prensa William R.Hearst y Joseph Pulitzer publicaron sobre la guerra de Cuba de 1898 en sus periódicos.
Resulta curioso que tanto entonces como ahora las temáticas más manipulables se repitan: salud, política, conflictos bélicos o sociales… Es decir, todo aquello que puede generar controversia, polémica y, por supuesto, miedo entre la población.
Lo que sí ha cambiado, y ahí está el quid de la cuestión, es el vehículo. Internet y las redes sociales han revolucionado el panorama de forma impresionante. Su inmediatez y capacidad de difusión contribuyen a que las desinformaciones se expandan a la velocidad del rayo.
Los datos de la 1ª Ola del EGM de 2022 indican que el consumo de estos medios sigue imparable. La audiencia de Internet sigue subiendo y ya alcanza el 85,3%. Del mismo modo que nuestro consumo de redes: cerca de 29 millones de españoles pasan de media dos horas al día conectados.
Pero ¿qué son las fake news?
Sabemos que nos acechan. Es más, nos persiguen desde hace siglos. Pese a todo, hoy en día, sigue sin existir una definición concreta sobre las fake news. Es más, ni este anglicismo ni su traducción literal (‘noticia falsa’) convence a los expertos, ya que, en su opinión, la definición de noticia excluye su falsedad. Frente a ello, términos como desinformación, bulo, embuste o falacia parecen más correctos.
El principal problema es que no existe una acepción oficial, al menos en español. El diccionario Oxford la incluyó en 2019 tras anunciarlo en un tuit: “Noticias que transmiten o incorporan información falsa, inventada o deliberadamente engañosa”. El adverbio ‘deliberadamente’ marca su esencia.
A notable entry in the October update to the OED is the term ‘fake news’.
Although it was popularized in 2016 during the US presidential election campaign, did you know that 'fake news' can be dated back to 1890?
(1/3) pic.twitter.com/0SnPW23FMq— The OED (@OED) October 9, 2019
Porque, quizá, la mejor forma de definir las fake news es atender a su intencionalidad. Entre sus principales objetivos encontramos los siguientes:
- Manipulación de la opinión pública: ya sea en términos políticos como sociales (alimentando comportamientos como el racismo, el machismo, la homofobia…)
- Intereses económicos: aquí entra en juego la publicidad programática. Los clickbaits o ciberanzuelos son el mejor ejemplo: atraen mucho tráfico a la web a base de desinformar deliberadamente para luego monetizarlo. En este punto también podríamos hablar de bots ‘malos’, encargados de compartir bulos a escalas impensables para cualquier ser humano.
- Robos de datos: algunas fake news pueden convertirse en la puerta de entrada a nuestra información personal y bancaria.
- Mentir por mentir: un estudio de la Universidad Complutense de Madrid sobre el impacto de las fake news en España dejaba un dato bien curioso. El 90% de los que difunden una desinformación a sabiendas -que, por cierto, son pocos- lo hace por pura diversión o porque piensa que no provoca ningún mal. Solo el 3,5% lo hizo para dañar a alguien.
¿Cómo detectar fake news?
Algunas huelen de lejos a invento, pero otras… Recuerdo perfectamente cuando hace un par de años leí en Twitter que la edición en inglés de El País se había referido a Pablo Casado como Paul Married. Lo compartí volando en varios grupos de WhatssApp. No sé si era creíble, pero en ese momento -en mi defensa, por entonces estábamos confinados y aburridos en casa- me pareció divertidísimo. Poco después, el periódico español lo desmentía. Pues bien, es probable que con un par de trucos hubiera bastado para no dar a la flechita de reenviar.
- Lo más obvio, pero también lo más olvidado. Basta con dos o tres párrafos para ver si hay faltas de ortografía; si las fuentes brillan por su ausencia; si abusan de adjetivos, mayúsculas, negritas, etc. Todos estos rasgos son propios de las noticias falsas.
- Comparar. Google News nos puede sacar de un apuro. Solo hay que buscar el titular en su página y comprobar si algún medio -serio- ha hablado de ello. La opción de búsqueda avanzada de Google así como los booleanos también resultan útiles. Para las imágenes se puede recurrir al motor de búsqueda inversa de imágenes y para vídeos, YouTube DatViewer de Amnistía Internacional o InVid son de gran ayuda.
- El fact checking está cada vez más extendido. Las webs de Maldita.es y Newtral son ya un clásico. También es destacable la labor de investigación de VerificaRTVE. Además, cuentan con herramientas de denuncia y consulta a través de whatsapp. Seguir las cuentas oficiales de la Policía Nacional o el BOE tampoco está de más.
Y no puedo dejar de recomendar el libro Fake News, Guía para sobrevivir a los bulos (ConCiencia Editorial) del que soy coautora junto a mi colega y amiga Carla Pina. En sus páginas se explica de forma entretenida y con un toque de humor todo lo que hay que saber sobre fake news para que, por fin, tras siglos de insistencia, dejen de perseguirnos.
Artículo escrito por la periodista Cristina Martín Frutos
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