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Sostenibilidad y empresas: cuando el movimiento se demuestra andando

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Existen infinidad de posibilidades para la definición de la estrategia de RSC (Responsabilidad Social Corporativa) de cada organización. No hay un manual o una hoja de ruta que determine qué debe hacer cada negocio para contribuir con la sociedad en la que opera y ser un actor comprometido con la sostenibilidad, entendida desde el punto de vista más amplio que ha adquirido este último tiempo y cuyo objetivo ulterior podría resumirse en cuatro grandes principios: la eliminación de la pobreza, la reducción de las desigualdades sociales, la protección de la biodiversidad y la lucha contra el cambio climático.

Estas grandes premisas se encuentran mejor desgranadas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos a partir del Acuerdo de París, que buscan lograr un consenso entre gobiernos, empresas y sociedad para entender de forma más homogénea las metas que como comunidad global debemos perseguir desde el lugar que cada uno ocupa, si queremos garantizar un desarrollo igualitario y, sobre todo, posible en el largo plazo.

Ahora bien, si nos basamos en la noción de que una empresa diseña su estrategia de RSC partiendo de su alineamiento con los ODS, se hace lógico pensar que no se centrará en todos los diecisiete objetivos. Un punto fundamental a tener en cuenta durante este proceso es entender los impactos de nuestras actividades diarias, de forma que las decisiones que tomemos en pro de la sostenibilidad estén íntimamente relacionadas con nuestro negocio. Esto no significa que no se pueda trabajar para mejorar en todas las áreas posibles, pero seguramente una empresa de telecomunicaciones tenga distintas prioridades que, por ejemplo, una cadena de supermercados; de ahí que un adecuado análisis de materialidad es fundamental para la implementación de una estrategia bien enfocada.

El desafío posterior viene dado por la medición de los resultados y la difusión de los mismos a los grupos de interés de la organización. La forma en la que comunicamos lo que hacemos va a tener una repercusión en su credibilidad y esta es una noción que deberíamos tener en cuenta en cada fase del proceso y con todos los stakeholders en mente.

Aquí radica la importancia de basarnos en indicadores. Las decisiones y las acciones implementadas en un determinado momento llevan a un resultado que debe medirse después de un periodo definido de tiempo.

¿De qué manera sabremos si hemos mejorado? ¿Cómo sabemos si hemos logrado el objetivo planteado? ¿Con qué referencia cuenta el público para evaluar los resultados comunicados? Estas y otras preguntas se responden únicamente con el establecimiento de indicadores y la medición de los mismos, lo que va a dar lugar no solo a la comparación de resultados: previos vs. actuales, esperados vs. obtenidos…, sino a la reflexión necesaria para que se tomen las decisiones que se requieren para continuar, corregir o cambiar el curso.

A esto se suma la complejidad de determinar qué indicadores son relevantes y en base a qué pueden calcularse. Respecto a esto, es clave tomar como guía algunas pautas y normas aceptadas ampliamente como la Ley de Información No Financiera (LINF), los estándares GRI o la SEG21.

A medida que la sostenibilidad ha pasado de ser un valor agregado a ser un imperativo, la elaboración de informes y memorias de RSC adquieren también una especie de “obligatoriedad”, no únicamente para cumplir la ley, sino para legitimar nuestras acciones con base en unos resultados objetivos, comparables, medibles y rastreables.

En una sociedad sobre-expuesta a la información, altamente crítica y cada vez más consciente, el denominado greenwashing se detecta cada vez más rápidamente, con los consecuentes efectos negativos sobre la reputación de una empresa. Sin mencionar además, el evidente conflicto de querer usar la sostenibilidad como un activo publicitario cuando no existe el compromiso real de su incorporación en el ADN de la entidad.

De este modo, las organizaciones que comprenden la importancia de interactuar coherente y responsablemente con su entorno, optan por dar a la sostenibilidad la misma seriedad que le confieren a sus resultados financieros; al fin y al cabo, los negocios con conciencia social y medioambiental tienen un mayor grado de fidelización de los clientes, menor riesgo de incumplimiento legal, menor enfrentamiento con organizaciones sociales, gran atracción de talento y mayores niveles de satisfacción entre sus empleados. Este conjunto de elementos resulta inevitablemente en una empresa más saludable y por supuesto, más sólida.

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